Cuando ser “el niño” o “la niña buena” marca tu identidad, tus emociones y tu fe

ansiedad cómo afecta la infancia a la identidad dificultades para ser vulnerable dios y control dios y salud mental impacto de la crianza positiva psicologia y fe Oct 07, 2025

Cuando pensamos en heridas emocionales en la niñez, solemos irnos directo a lo evidente: abuso, abandono, negligencia, carencias afectivas…

Y sí, todo eso duele, y deja huella.

Pero hoy quiero hablarte de otro tipo de falta emocional. Una que muchas veces pasa desapercibida porque está envuelta en afirmaciones positivas, buenas intenciones, y hogares donde sí hubo amor.

Quiero hablarte de lo que yo llamo “la crianza del niño bueno”, ese tipo de crianza donde fuiste “el fuerte”, “la madura”, “la que siempre está bien” “el capaz e inteligente”.
Una niña buena, un niño bueno, que fue tan afirmado/a por su fortaleza…

… que no aprendió que también podía ser frágil.

¿Qué implica crecer siendo “el niño” o “la niña buena”?

Cuando creces con frases como: “puedes con todo”, “siempre sabes qué hacer”, “no te quejas”, “eres tan agradecido”, “no llores, todo estará bien” o “eres el ejemplo”, suena lindo, ¿verdad? Y en realidad, lo es. Son palabras que muchas veces vienen de personas que nos aman y quieren protegernos.

Pero sin darnos cuenta, esas palabras pueden crear una identidad que depende del rendimiento, del autocontrol, de la autosuficiencia y de una imagen de perfección casi imposible de alcanzar. 

Esto no significa que tus padres lo hayan hecho todo mal. Como terapeuta que ha escuchado de primera mano muchas historias dolorosas de traumas infantiles, debo decirte que ellos te han librado de muchas angustias. ¡Gracias a Dios por padres diligentes y amorosos!

Sin embargo, si creciste con mensajes tan positivos, ahora como adulto, es importante que revises si eso te está impidiendo ser vulnerable y te está haciendo depender mucho en tus propias capacidades… incluso para ser un “buen cristiano”.

¿Cómo se manifiesta en la vida adulta?

Cuando creciste como “el niño bueno” o “la niña buena”, aprendiste a ocultar lo que sientes para no decepcionar, reprimes la tristeza, la frustración y el enojo, y sigues adelante aunque estés agotado; y también, vives en modo automático, sin permitirte parar. Si alguna vez fallas o no eres “el ejemplo perfecto”, la ansiedad o la tristeza aparecen, y levantarte emocionalmente se vuelve un desafío. Es como si tu valor dependiera de estar bien y de tener éxito todo el tiempo.

Si fuiste el estudiante ejemplar, el responsable, el que siempre se destacaba, es posible que te sientas incómodo si no estás produciendo, no sabes descansar sin culpa y te angustia no ser elegido o no sobresalir. Y así poco a poco, y sin darte cuenta, has conectado tu desempeño con tu valor y tu identidad.

En tus relaciones, esta forma de crianza también deja huellas. Puedes sentir que siempre debes ser fuerte, incluso cuando estás dolido/a, y que te cuesta pedir ayuda o mostrar vulnerabilidad. A veces ni tú mismo/a comprendes todo lo que sientes, porque prefieres mantener la apariencia de fortaleza en lugar de aceptar que estás herido/a, aunque dentro de ti haya lágrimas que naturalmente deberían salir.

Y cuando alguien se aleja o te rechaza, ese dolor puede sentirse más profundo que en otras personas. Como tu sentido de valor está ligado a tus capacidades y logros, un rechazo no es solo un “no”: se siente como un ataque a tu persona y puede derribarte por completo.

A veces, esa misma dinámica se refleja en tu relación con Dios: lo amas y le sirves, pero falta un toque de autenticidad: Oras con filtros, lees la Biblia con miedo a fallarle, sirves sin darte tiempo de descansar en Él. Haces todo “bien”, pero aun así sientes Su presencia lejana.

Y cuando esto pasa, te culpas por sentir tristeza o ansiedad, pensando que deberías ser más fuerte, más agradecido/a, más confiado/a. Pero la verdad es que, en tu esfuerzo por mantenerte a flote y ser “un buen cristiano”, puedes olvidar que lo que Dios más desea no es tu perfección… sino tu corazón. 

Si te identificas en estas cosas, no te culpes; solo significa que has sido fuerte por demasiado tiempo. Dios no te está corrigiendo, te está invitando a soltar el papel del niño o la niña perfecto/a y aprender una nueva manera de ser: más honesta, más libre, más descansada en Él. ¿No te parece una invitación irresistible?

¿Qué hago si me identifico?

Si mientras leías todo esto sentiste un pequeño “clic” interno… ese “ese/a soy yo” en voz bajita desde el alma, quiero decirte algo con todo mi corazón: no estás solo/a, y no estás roto/a. Ser la persona fuerte, la que siempre está bien, la que lo hace todo “como se debe”, puede parecer admirable. Pero llega un momento en el que esa imagen se vuelve una carga, y no una bendición. Y nos cuesta aceptar la gracia divina.

Lo primero que quiero invitarte a hacer es a dejar de pelear con tus emociones. Llorar, tener miedo, sentirte inseguro o confundido, no te hace menos espiritual. Te hace humano. Y lo hermoso es que Dios no vino por los que lo tienen todo bajo control, vino por los quebrantados, los cansados, los necesitados. 

No es pecado tener límites. No es pecado necesitar ayuda, no es pecado decirle a otros cómo te ofendieron y poner un freno. No es debilidad rendirte ante Dios y pelear contra la autosuficiencia. Es exactamente ahí donde empieza tu verdadera fortaleza: cuando reconoces que solo no puedes, y que tampoco tienes que poder.

Quizá llevas años creyendo mentiras disfrazadas de virtudes. “Si no estoy bien, fallo.” “Si lloro, soy un problema.” “Si no me eligen, no valgo.” Pero la Palabra de Dios nos ofrece una verdad mucho más liberadora. Él dice que su poder se perfecciona en nuestra debilidad. Que Jesús lloró. Que el justo cae siete veces… y se vuelve a levantar. ¿Te das cuenta? Ni el mismo Dios espera que siempre estés bien. Él espera que seas real.

También quiero animarte a hablar con Dios como realmente estás. No con la oración “correcta” que suena bonita, sino con esa oración rota, honesta, que a veces no tiene ni palabras. Dios no necesita una lista de disciplinas espirituales que completar, necesita tu presencia. Sí, incluso cuando estás triste, confundido/a o vacío/a, es más que suficiente para Él. 

A veces pensamos que tenemos que acercarnos cuando ya tengamos todo resuelto, pero la invitación de Jesús fue clara: “Venid a mí todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar.” No dijo: “cuando estés bien, ven.” Dijo: “cuando estés agotado/a, ven.”

Por último, te invito a mirar alrededor y revisar con quién te rodeas. ¿Tienes personas a tu alrededor que te aman cuando no estás sonriendo? ¿Que no te piden explicaciones cuando estás débil? ¿Que no te valoran solo por lo que logras? Si no los tienes, ora por ellos. Y si los tienes, ábrete a ellos. Porque muchas veces, Dios nos sana no solo en lo secreto, sino también en lo compartido. En una conversación honesta. En un abrazo sin juicio. En un “yo también me siento así”.

No eres menos espiritual por no tenerlo todo resuelto. No necesitas ser perfecta para ser profundamente amada. La gracia de Dios no está condicionada a tu rendimiento. Está disponible, completa, abundante… justo ahora, alí donde estás.

Y si en este proceso de sanar te das cuenta de que hay cosas profundas que necesitas hablar, busca ayuda. La fe y la salud mental no están en guerra. Puedes ir a terapia, hablar con un mentor o consejero cristiano, y a la vez, seguir confiando en el poder transformador del Espíritu Santo. Sanar no significa dejar de confiar en Dios; significa invitarlo a cada parte de ti que todavía no ha escuchado su voz.

Así que si te identificas con todo esto, respira profundo. Dios no te pide que seas más fuerte y capaz. Te pide que dependas de Él.

¡Te bendigo!

¿Quieres saber más sobre cómo puedes obtener Salud Mental y Emocional de la Mano de Dios usando herramientas sicológicas que no contradicen Su verdad? Echa un vistazo a este increíble recurso. Simplemente haz clic AQUÍ. 

 

SUSCRÍBETE

Recibe noticias en el área de salud mental, inspiración bíblica y herramientas para seguir enriqueciendo tu vida y tu relación con Dios.

Nosotros también odiamos el SPAM. No venderemos tu información bajo ninguna circunstancia.